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TURISMO SI, LO OTRO NO

 


A mí me encanta viajar, quizá no tanto como me gustaría, pero en cuanto tengo la oportunidad ni me lo pienso. Tengo cantidad de destinos y lugares que me gustaría conocer, tanto fuera como dentro de España, incluso en mi propia tierra, Cantabria. En mi opinión viajar es un derecho, el derecho de toda persona a ver mundo, a ampliar su visión del mundo, en resumen la sensación de ser libre de alcanzar cualquier lugar de nuestro pequeño planeta. Así que viajar por nuestro mundo es una experiencia vital a la que todos tenemos derecho. Todos somos turistas en alguna ocasión de nuestra vida, y cuantas más veces mejor. Por eso me choca cuando alguien habla de “turismofobia”. El turismo no es malo per se, el problema son los lobbys que ha encontrado en la masificación su modelo de negocio, aquellos que han visto en los pisos turísticos el modelo de negocio del siglo. Antes el turismo era sinónimo de prosperidad, pero hoy es lo contrario. Por desgracia el capitalismo neoliberal tiene estas cosas, es como un rey Midas pero al revés, que todo lo que toca se convierte en mierda. Y con el turismo no iba a ser diferente. 

Antes la llegada de turistas era algo positivo, uno sentía orgullo de ver a gente deseando conocer su tierra, yo incluso me acuerdo de cuando era pequeño y veía coches con matrículas de otras ciudades o países. Qué alegría. Hasta hace nada a uno le encantaba hablar de los sitios maravillosos de su tierra, ahora me pregunto si tendremos que empezar a callárnoslo. Antes nos cabreaban las malas previsiones meteorológicas que anunciaban mal tiempo por toda Cantabria, aunque no fuese verdad. ¿Acaso había alguna conspiración para que no vinieran turistas? ¿Ahora debemos agradecer el mal tiempo en verano para que no vengan? No es turismofobia, insisto, es simplemente que ahora los especuladores se han emborrachado de pisos y pisos de alquiler turístico, provocando la mayor crisis de la vivienda desde la burbuja del ladrillo. El problema de la vivienda siempre ha existido, pero ahora está en niveles críticos. Por eso digo que este turismo se ha convertido en sinónimo de pobreza para la población autóctona, hablamos de masificación y de los especuladores inmobiliarios sin alma, que expulsan a los ciudadanos de sus ciudades. 

Hay muchas razones que explican este problema, pero una de ellas es que los gobernantes no hacen nada, básicamente porque son los mandados de los especuladores. Me da igual la ideología o el signo político, esta masificación turística está amenazando nuestros derechos, fundamentalmente el de la vivienda. Ciudades como Santander tienen los precios del alquiler más altos en contradicción con el auténtico nivel de vida, por mucho que algunos farden de cayetanos que luego no invitan ni a un café. El otro día los cántabros y las cántabras nos llevamos las manos a la cabeza al ver un macrobotellón en la playa del Puntal, que para quien no lo conozca es un gran arenal de la Bahía de Santander. Es un entorno protegido, un pequeño y tranquilo paraíso al que se accede en barco, o como las llamamos aquí, las lanchas o los Reginas. 



    

De adolescente me encantaba ir a esa playa, era una gozada porque tenías una playa con todo el sitio que te apeteciera. Lo del último fin de semana ha sido el síntoma de un grave problema, un modelo turístico que no es el turismo de antaño, y vuelvo a insistir, no odiamos a los turistas, ni sentimos esa imbecilidad que gobernantes ineptos llaman turismofobia. Turismofobia dicen, como si sintiéramos una xenofobia intranacional o una aversión a nosotros mismos, ya que cuando viajamos nosotros también somos turistas. Yo hablaría de especulofobia, temor a que una panda de mafiosos nos expulsen de nuestra tierra, y conviertan Cantabria en un parque de atracciones, o en la que algún individuo fantaseaba con convertir en “la Ibiza del norte”, que por cierto pobre Ibiza por ser el paradigma de esta aberración que no es el turismo de antaño. Y que conste que no me opongo a que haya pisos turísticos o a que la gente los alquile, pero debe de existir un equilibrio, una regulación que evite este descontrol. 

Volviendo a lo que vimos en El Puntal, con esa imagen de una playa amaneciendo llena de basura, pero basura como si fuese, y perdonad mi lenguaje, un puto basurero, se nos debe grabar a fuego y servir de toque de atención (3000 personas por llamarlas de alguna manera se citaron para un macrobotellón). Es irónico que luego a mí no me permitan llevar a mi perra a pasear por la playa en verano, porque al parecer los perros ensucian mucho. Creo que una imagen vale más que mil palabras...

¿Hay alguna solución para este problema? ¿Hay alguna manera de recuperar una sana convivencia entre turistas y población autóctona? Pues sí, solo si la ciudadanía quiere. Si la gente quiere que las cosas cambien a mejor, cambiarán, si no todo seguirá igual. Si queremos quedarnos en la comodidad de la turismofobia, por si no estuviéramos ya suficientemente enfrentados y divididos, culpando al turista simplemente por serlo, al final ganarán los que quieren quedarse con nuestros hogares y convertirlos en Marina D’or ciudad de vacaciones. 


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