Alguien
dijo una vez que la vida es como una ruleta, un día te encuentras arriba y al
siguiente abajo. En mi caso la ruleta estalló por los aires aquel día que jamás
podré olvidar. En un momento estás disfrutando de un paseo en bici con tu padre
y al otro despiertas sin las dos piernas. Cuando desperté del coma todo mi
mundo quedó destruido, todo por culpa de aquel camionero que se durmió al
volante. Con el tiempo pude compadecer a su familia cuando supe de su suicidio,
una idea esa, la del suicidio, que se alojó durante algún tiempo en mi
pensamiento. ¿Cómo se digiere eso? Quiero decir, ¿cómo se asume que las ruedas
de un camión te han aplastado las piernas dejándolas inservibles, y que tu padre
murió en el acto? Aquel médico me decía que no estaba solo, yo ni le respondí
por no entrar en detalles. Mi madre padecía un alzhéimer extraordinariamente
precoz, no sabía cómo me las compondría para cuidarla. El doctor me explicó el
duro periodo de adaptación que tendría que pasar con mis piernas protésicas. Yo
solo podía pensar en que a mis 35 años estaba acabado, perdería el trabajo como
guardia forestal, no volvería a andar, todos me mirarían con lástima...
Dicen que eso no es así, pero sí, lo
es. La intolerancia existe y al menos me enfrento con ella una vez al día. Y a
pesar de lo que me intentaron hacer creer durante los primeros días de
rehabilitación, mis peores temores se convirtieron en realidad. Prejubilado de
mi trabajo, con una miseria de pensión, con una gran dependiente a mi cargo, mi
madre, no me gusta denominarla eso. La quiero con locura y lloro cada vez que
veo el infinito en sus indiferentes ojos, es muy duro. Ni siquiera llegó a ser
consciente de la perdida de papá, en parte la envidio por eso. Así pues me
encontré acabado, sumido en la más profunda de las depresiones. Me sentía
incómodo con las prótesis, a veces sentía dolor en una piernas que ya no
existían, ¿cómo puede ocurrir eso? Ir al supermercado era un suplicio, pagar
las facturas de la luz y del gas más, ¿ley de dependencia? Parece que a los
políticos de turno se les olvidó. Estábamos viviendo por debajo del umbral de
la pobreza. Quizás la puntilla fue aquella carta del banco, aderezada con la de
la editorial que rechazó mi libro de relatos breves. Sí, soy escritor
aficionado en mis ratos libres. El caso es que el banco me avisaba de que si me
retrasaba una mensualidad más en el pago de la hipoteca nos desahuciarían, por
la fuerza si era necesario.
Y así ocurrió todo, lo recuerdo paso
por paso. No sé si era yo mismo, pero no tenía a nadie en el mundo. No tenía
más familia, incluso descubrí que los que creía amigos me dieron la espalda en
cuanto les pedí ayuda. “Martín deja este
mundo hoy”, dejé escrito en una carta, “lo
siento mamá, soy un egoísta”. Recuerdo que después de escribirla la rompí,
¿a quién le importaría? Aparecería en una crónica de sucesos del telediario,
alguien lo vería mientras comía y cambiaría de canal, eso le importaba al
mundo. Yo fui un optimista una vez, fui feliz, tenía familia, amigos, un
trabajo genial, salud, incluso amor, ¿qué haces cuando ya no te queda nada?
Entonces me fui a los acantilados, me aseguré de que fuese un día de temporal
para no encontrarme con nadie. Me puse de pie y bajé la mirada para observar
las rocas escarpadas en las que rompían unas olas furiosas. Cuando ya iba a
hacerlo, escuché una voz.
—¡No lo hagas! —exclamó aquel
desconocido.
—No me conoces —respondí —. Márchate
y no te metas, solo quiero descansar.
—Estoy
seguro de que esto no es lo que quieres —dijo —, encontré tu coche a la entrada
del descampado y olvidaste algo.
Naturalmente le miré con recelo, en
aquel momento no era consciente de que podía devolverme las ganas de vivir.
—¿Qué quieres decir? Déjame en paz
—respondí desesperado.
—Hazme caso amigo, mira lo que te
dejaste. Por esto merece la pena seguir, te lo digo por experiencia.
Recuerdo como me volví para observar
como agitaba la libreta encuadernada con mis relatos breves, en ese momento reí
sin ganas, me pareció una situación penosa. Hoy en día puedo considerar a Pedro
como mi salvador, mi mejor amigo y uno de mis apoyos. Me hizo el mejor regalo
del mundo, confianza en el día siguiente, confianza en que la vida puede ser
una experiencia maravillosa y positiva. Resultó que era el ayudante de un
importante editor de una gran editorial afincada en Barcelona, al parecer
estaba de paso por el norte. Él leyó la libreta que tiré en un barrizal junto
al coche antes de avanzar hacia el final de los acantilados. Pedro me llevó a
su casa y hablamos durante horas, no me da vergüenza reconocer que me lancé a
llorar a su hombro. Él confió en mí, y según su sabia opinión no había leído
nunca a un autor como yo desde Tolkien, a mi sigue pareciéndome una
exageración. Y aquí estoy, en la sala de espera de la editorial, en Barcelona,
esperando una oportunidad. El editor jefe me llamó hace quince días y dijo que
quería verme, evidentemente ni me lo pensé y cogí el primer avión.
De todos modos no me importa si al
final me publican o no. Pedro me dio las herramientas necesarias para volver a
ser yo mismo, y me ayudó a encontrar trabajo como social media encargado de las
redes sociales en una de las filiales de la editorial. Quizás olvidé mencionar
que también soy informático, así que era un oficio que conocía de sobra,
incluso implementé y mejoré las webs de toda la editorial. Así pues pude seguir
pagando el piso, mis facturas, pero sobre todo pude lograr que mi madre
estuviese bien atendida. Incluso ha empezado a mejorar, algunas veces me dice
que está muy orgullosa de mí, son pequeños episodios en que vuelve a ser ella
de verdad, pero los atesoro. No puedo creerlo, pero ya me acepto tal y como
soy. No os lo creeréis pero ahora me he aficionado a ir con el patinete
eléctrico por la calle, incluso llegué a correr en una carrera solidaria por
las víctimas de accidentes de tráfico. Suelo dar las gracias a Pedro, pero esto
lo he logrado yo, porque cuando tienes las ganas puedes hacer lo que quieras.
Así que antes de que se abriese la puerta del despacho del editor jefe, ya era
feliz, porque como decía mi padre; por muchas nubes que veas en el cielo,
siempre habrá un claro.
RELATO PARTICIPANTE EN EL 4ºCONCURSO NACIONAL DE RELATO CORTO 2018 DE LA ASOCIACIÓN AUXILIA