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Una historia de 2020




Siempre me acordaré de aquel jueves, era uno de esos días grises de invierno, lloviznaba un poco y estaba dando una vuelta por el paseo marítimo del Sardinero, digamos que no me apetecía hacer una larga caminata. A esas alturas ya bajaban las aguas revueltas, pero en ningún momento imaginé que se impondría una cuarentena y que no volvería a pisar la calle durante casi dos meses. Al día siguiente, viernes, decidí quedarme en casa porque me llegaban noticias de que las cosas se podían complicar por el nuevo Coronavirus, que por esos días llegué a pensar que sería un fin de semana o una semana como mucho, aunque la verdad no sé ni lo que pensé, era todo tan surrealista... Durante un tiempo me dije que se trataría de una histeria colectiva lanzada por farmacéuticas, tal y como sucedió con la gripe A y que al final quedaría en nada. Ahora es fácil decir que éramos unos ingenuos, aparecieron algunos cantamañanas que presumían de que ellos ya lo sabían, pero todo el mundo pensó lo mismo. Eso era más propio de la ciencia-ficción, me acordaba de las pelis Estallido y Contagio, exagerados. Llegué incluso a pensar que ese finde podría ir a cenar al turco con mi mejor amiga (al durum con patatas no fallo nunca) y que incluso iba a poder hacer marcha. Insisto en que a toro pasado todo se sabe. El viernes por la tarde, y mirad que no fue tanto tiempo, todo eso estalló, se anunció el estado de alarma, que esto va en serio, confinamiento sin poder salir, cancelé todo, mi madre se quedó en la otra casa con mi padrastro, y yo me quedé con mi hermana. Empezó el confinamiento, la gente se asustó y aunque el abastecimiento estaba “asegurado”, hoy en día no sabría decir, flipé viendo que la gente temía quedarse sin papel de váter. Por la tele el gobierno y las autoridades sanitarias, Fernando Simón, nos hablaban de que la situación empeoraría, la curva. Que dos meses tan duros, nunca imaginé que me levantaría cada mañana con cifras de hasta 950-1000 muertos al día por Covid-19, el maldito coronavirus. Por aquel entonces, y os confieso que soy algo hipocondríaco, juro que sentí presión en el pecho e incluso dificultad respiratoria, tenía miedo. 

Esas dos primeras semanas, mi hermana teletrabajaba y yo arrimaba el hombro con algo en lo que aprobaba justito, las labores del hogar. Dada mi discapacidad física, que me hacía estar incluido en grupo de riesgo (no el que más, pero debía tener precauciones), mi hermana me ayudó con la compra. Una experiencia que no viví, la del temor a ir hasta al supermercado en los momento más complicados de la pandemia. Siempre la agradeceré lo que hizo por mí, y bueno por todos. En esos tiempos la tele estaba puesta y contra más la veía más pensaba que yo podría haberme infectado, incluso tuvimos un pequeño susto que al final solo quedó en eso. Así que en los peores días, apagué la tele y me concentré en mis aficiones, mi lectura y cuando podía la escritura de mi próxima novela. Salía a aplaudir al balcón junto a mis vecinos todos los días a las ocho, y contra todo pronóstico eso lograba animarme. Era un hermanamiento que me hizo saber que todos estábamos unidos,  apoyando a quienes estaban en primera línea, los médicos, pero en mi aplauso incluía a las cajeras, los transportistas, los trabajadores de logística, los conductores de camión de basura, los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, los trabajadores y trabajadoras de la limpieza, los taxistas, los autobuseros, los conductores de ambulancias, mis vecinos, yo, todos cabían en ese aplauso. Pero lo que me tuvo a flote fue el ejercicio, consistente en 25 minutos de caminata por mi casa, que jamás creí que tuviera que llegar a eso, a mí que me encanta hacer mi marcha al aire libre como tantos otros.  Empecé a procurar no convertirme en una vieja del visillo que apuntaba cada vez que algún desaprensivo violaba el confinamiento, la verdad prefiero olvidarlo. Pero de entre todas las razones que me hicieron salir de esos momentos de temor, estaba el recuerdo de una sonrisa maravillosa que siempre ha estado en mi vida.Una persona que estaba incluida en mi aplauso y que ha estado al pie del cañón como una valiente.

 

A estas alturas no puede haber nadie que cuestione lo imprescindible de nuestros profesionales sanitarios, y de la necesidad de mantener una sanidad pública y de calidad. Así pues empecé a salir a flote, también me ayudaron los aplausos a las ocho, las coches de bomberos, los policías y las ambulancias con sus sirenas que pasaban por al lado de mi casa, recordándonos que eso lo íbamos a superar unidos, el abandono de las polémicas tóxicas de la política, la buena alimentación, empecé a cocinar, los programas de televisión y de humor que siguieron emitiéndose desde las casas (siempre viendo a Buenafuente, La Vida Moderna, Aruseros, Todopoderosos…) los directos de instagram de Arturo González Campos, de mi amigo Avelino que es un showman, las videollamadas con mi familia y amigos. Esto quiero subrayarlo, solo esto me hizo soportable la distancia con mis seres queridos, la tecnología fue una aliada sin la que no sé como habríamos aguantado. También en lo tecnológico me uní a los juegos en red con amigos, volviéndome todo un gamer (Fortnite), la verdad me lo he pasado muy bien echando unas risas con lo malo que soy. Descubrí mi balcón para tomar vitamina D, que cosas de los hados meses antes me hicieron unos análisis de sangre donde salí bajo de la vitamina, y me recetaron un tratamiento de pastillas. La gente hacia cosas por las redes, tuve muchos descubrimientos en estos duros meses que ya me acompañarán siempre. Fue el momento en que me volví Booktuber, con el video disponible tanto en mi canal de YouTube como en la sección del blog, SCRIPTHUBE. Gustó a mucha gente y me demostró que no era tan tímido como yo creía, así que decidí que habría más videos. No obstante a pesar de esto nunca dejé de sentir tristeza por las cifras de fallecimientos, a veces me levantaba por las mañanas pensando en si lo que ocurría era real. A pesar de lograr animarme e incluso tener días en que lo olvidada, a veces era como despertar en una pesadilla de la que no había manera de liberarse. 

Ningún país del mundo lo vio venir, no sé si por la vanidad de que eso jamás podría ocurrir en nuestros países occidentales, o porque todo parecía controlado y no lo estaba tanto. No busquemos culpables al no poder considerar culpable al propio virus por carecer de intencionalidad. La sociedad sigue unida en esto, a pesar del ruido que yo nunca llegué a oír, y que incluso aún hoy ignoro de llegar a producirse. En realidad eran el miedo y la inseguridad, cosa que algunos utilizamos para dar lo mejor de nosotros mismos, pero que otros usaron para sacar lo peor de ellos. Pero después de esto las cosas empezaron a mejorar poco a poco, y llegó algo en lo que nunca dejé de pensar, el desconfinamiento progresivo, hacia lo que se ha llamado Nueva Normalidad. Se habló también del síndrome de la cabaña, y puede que yo haya sido de esos porque lo cierto es que me ha costado. Es como volver a una normalidad anormal, rezando para que aparezca un tratamiento o vacuna que haga que las mascarillas, los geles desinfectantes y algunas precauciones queden como un mal recuerdo. Hoy en día sigo superando niveles de desconfinamiento mientras se suceden las Fases con lo que se puede hacer y lo que no. Pero no he dejado de tomar precauciones a las que no quiero acostumbrarme, aunque a lo mejor me pasa como cuando he tenido que llevar una muleta, que luego te la tienen que quitar porque la llevas a todas partes. Para mí hay una serie de hitos que me han hecho quitarle el miedo a la pandemia, que no el respeto, los días que he salido a hacer mi marcha rompiendo records y el reunirme con mi familia, vernos y poder ir a comer unas rabas a una terracita. En esos momentos llegué a olvidarme de todo como si estuviésemos en la absoluta normalidad. El otro día me estaba comiendo una hamburguesa en mi restaurante preferido y estuve muy a gusto, feliz y sin temores. Sin embargo aún me falta un hito, ver en vivo y directo a mis amigos y esa sonrisa que me ha acompañado en los peores ratos.

Esto no ha acabado, veo las cosas con un optimismo cauto, oigo la posibilidad de los rebrotes y tengo esperanza en que el año próximo se encontrará la vacuna, pero no podemos confiarnos. Afortunadamente estamos más preparados ahora, se ha aprendido, y todos sabemos que precauciones debemos tomar. Este año nunca se me olvidará, el 2020 será el año del Covid-19. Y yo he necesitado escribir esto para quitármelo de encima, a veces es bueno hablar de lo que sentimos y seguimos sintiendo en esta tormenta que parece que ha remitido. (Llegamos a la Nueva Normalidad) Ya vuelvo a estar acostumbrado a una vida más o menos normal, ya casi ni imagino lo que sería volver a esos momentos, aguanté con resignación intentando que no me afectase, creo que lo conseguí. Mi historia es una de tantas de esta experiencia compartida, no es una competición de quien lo pasó mejor o peor, con la que ha caído no considero que yo haya sufrido más que los que estaban en la trinchera o perdieron a alguien de quien no pudieron despedirse. Todos hemos sufrido de alguna manera, pero estamos unidos en esto, y cuando la gente está unida nada se nos resiste. Dedico este escrito a todos y a todas los que nos han dejado y a quienes habéis luchado para que saliésemos adelante. 




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